Leo a Marshall McLuhan y Quentin Fiore en «El medio es el masaje»:
«Los ambientes son invisibles. Sus reglas fundamentales, su estructura penetrante y sus patrones generales eluden la percepción fácil».
Y añaden más adelante:
«Todo aquel que agudiza nuestra percepción tiende a ser antisocial: rara vez bien adaptado, no puede acompañar corrientes y tendencias. A menudo existe, entre los tipos antisociales, el extraño vínculo de su capacidad para ver los ambientes tales como son realmente. Esta necesidad de delimitar, de enfrentar al ambiente con cierto poder antisocial, resulta evidente en el famoso relato sobre “la vestidura nueva del rey”. Los cortesanos “bien adaptados”, con sus intereses creados, vieron al emperador magníficamente engalanado. El negro caballerizo “antisocial”, no habituado al viejo ambiente, vio con claridad que el rey “iba desnudo”. El nuevo ambiente era claramente visible para él.»
Los seres humanos nacen en ambientes que no eligen, por puro azar, un golpe estadístico fruto de la decisión de —mínimo— dos personas. Por pura materialidad, éstas no tienen la posibilidad de ofertar al que va a llegar un contrato que, si decide firmarlo, le permita después reclamar. Más allá del ambiente cultural, sociológico, estético o histórico, nace en el seno de una familia; llega a un contexto repleto de normas implícitas y explícitas, de creencias, de roles asignados y no asignados, de mitos familiares que marcan agendas y legislan soberanamente esa nueva entidad emergente que, lejos de ser la suma de sus miembros, es un nuevo ser vivo que los engloba a todos sin ser ninguno de ellos en su totalidad.
El marco familiar es la primera zona de socialización. En esa entidad incuestionada hay narraciones, opiniones, creencias, críticas; hay límites difusos, rígidos, ambivalentes; hay roles que-tocan por orden de nacimiento y que varían —o no— con el paso del tiempo, hay otros que se asignan por las necesidades a cubrir en ese momento; hay capacidades para soportar la emocionabilidad del otro; voluntad para la sintonía o falta de ella(s); hay afectos visibles e invisibles, hay desafectos de ambos; hay aprendizaje por impregnación y aprendizaje por instrucción, los hay simultáneos; hay ritos y rituales, hay una mitología particular, explicaciones de lo que la familia es y lo que se debería esperar de ésta; hay admiraciones, lealtades, triangulaciones; hay zonas trinchera; hay secretos.
Uno llega con una carga genética y un hilo interno de terminaciones nerviosas que recorre su cuerpo y que se enfrenta a ese golpe de estímulos desde el día que se presenta al mundo. Millones de inputs de información que se procesan, eluden, se integran, que modifican de fuera-dentro y dentro-fuera esa estructura fractal, y gracias a la cual se le permite percibir el mundo, generando una imagen interna —su mundo— que nunca es La Realidad pero que siempre es real.
La adaptación y la integración de lo-que-hay es un mecanismo de supervivencia y éxito. Todo tiene sentido si no se le discute el sentido. Para un niño hacer lo que le toca hacer es muchas veces frustrante y otras simplemente lo normal. Un niño tiene que sobrevivir, adorar a quién le cuida, de quién depende para nutrirse emocional y físicamente. Y será según el margen de reactividad que su temperamento le permita y su estructura permeable el reconocer esos patrones para aceptarlos, rechazarlos, contrariarlos, reproducirlos. De hacer lo que pueda con todo eso que no ha decidido.
Muchas veces, con los años, adultos reconocen que el primer paso para ver el ambiente fue conocer otro: al tocar el ambiente invisible de su pareja, por comparación, se hace algo más visible el de uno. Y ese despertar lleva a una reconstrucción de lo que siempre ha creído que las cosas debían ser y la oportunidad de volverlo a ver; de serle fiel e integrarlo, o de cuestionarlo, moldearlo y matizarlo. El ambiente es invisible hasta que se ve otro y uno no le guarda lealtad a la invisibilidad del propio.
En las páginas 9 y 10 de «Esto es agua», discurso de graduación que impartió en la Universidad de Kenyon, David Foster Wallace dejó escrito:
«Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez mayor que nadaba en dirección contraria; el pez mayor los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días chicos. ¿Cómo está el agua?“
Los dos jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin, uno de ellos miró al otro y dijo: “¿Qué demonios es el agua?”.»
El ambiente es el agua.