Participo en un reportaje del Faro de Vigo, junto a otros profesionales, acerca del uso de las redes sociales y la adolescencia. Por aquí lo dejo:
Psicólogos sobre el uso de pantallas: “No se trata de prohibir”
Europa examina su naturaleza adictiva: “Si no intervenimos ahora tendrá un enorme impacto en las generaciones venideras”
El impacto del uso de las redes sociales en la salud mental de los adolescentes es una preocupación creciente. El acceso constante a ellas puede exponerlos a una gran cantidad de contenido potencialmente dañino –cyberbullying, comparaciones sociales negativas, contenido inapropiado…–, lo que conlleva un aumento del estrés, la ansiedad y la depresión en aquellos más vulnerables. Además, el tiempo dedicado a ellas a menudo reemplaza actividades más saludables, como la interacción cara a cara o la actividad física, lo que provoca un impacto negativo en su bienestar general.
En este contexto, unos 40 estados de EE. UU. han denunciado a Meta (conglomerado dueño de plataformas como Facebook, WhatsApp o Instagram, entre otras) por causar, a sabiendas, daños en la salud mental de los adolescentes. La demanda se basa en datos como que entre 2011 y el 2021 se han doblado los casos de depresión en ese colectivo.
En España, donde padres de todo el país se han movilizado para demorar la compra del primer dispositivo, Cataluña ha anunciado medidas para regular el uso del móvil en los colegios, mientras que en Galicia se está estudiando la posibilidad de “avanzar” en las medidas restrictivas en cuanto al uso de los smartphones en los centros escolares.
“El uso de redes sociales supone para los adolescentes la exposición al riesgo de sufrir ciberacoso, invasión de la privacidad, extorsión y exposición a contenidos inapropiados para su edad, entre otros, al margen del potencial adictivo de las mismas”, advierte Vanesa Hernández Santos, CEO de Norba Psicólogos. “Todo ello supone un impacto en una psique que aún está en desarrollo, pudiendo generar daños en su salud mental”.
“La redes fomentan, a menudo, una cultura de validación a través de “me gusta” y comentarios, lo cual crea una fuerte presión para ser aceptado y popular. Esto podría generarles una adicción y dañar su autoestima cuando no reciben la validación que buscan”, añade Sara Galán Padín, psicóloga del Centro Médico Sanitas de La Coruña.
“A nivel individual, se sabe que las redes están configuradas y perfeccionadas para absorber toda nuestra atención, de generar bombas de placer y dopamina a base de imputs cortos y con una alta capacidad para generar dependencia. Hay estudios que muestran que la capacidad para el sostenimiento de la atención se ha visto reducida en las generaciones que han tenido mayor acceso a este tipo de tecnologías; y tiene sentido, dado que la exigencia es mínima para un alto grado de recompensa”, analiza Martín Pardo, psicólogo sanitario y terapeuta familiar. “A nivel social”, prosigue, “exacerban nuestra necesidad de agradar y ser vistos, aunque de una manera que no acaba de saciar a nadie, pero de la que, por otro lado, es difícil desprenderse. En la adolescencia ser visto, ser parte de algo, tiene incluso mayor sentido que en otras etapas vitales. La necesidad social que presentan los adolescentes se canaliza a través de las redes sociales, pero de forma muchas veces contraproducente”.
“Las redes sociales activan el circuito de la dopamina en el cerebro, de modo semejante a como lo hacen algunas drogas, y, de hecho, se les ha llegado a llamar la “cocaína conductual”. En consulta te piden permiso para cargar el móvil porque les queda escasa batería y algunos muestran ansiedad ante la petición de silenciar el dispositivo”, apostilla Hernández.
“Se trata de una etapa súper vulnerable de la vida, cuando empiezan a construir su autoestima, a desarrollar sus creencias, un criterio propio y la influencia que tienen las redes es muy grande”, afirma Camino Rodríguez, psicóloga sanitaria, sexóloga y terapeuta EMDR. Y es ahí, afirma, donde se esconden los mayores “riesgos o peligros”, ya que “algunos adolescentes pueden ser muy influenciables con ciertas cosas o quizá no saben interpretarlas de la debida manera”. De este modo, además de temas como el ya mencionado ciberbullying (“que ahora se extiende a través de las redes sociales fuera del ámbito escolar”), la psicóloga también apunta a problemas de autoestima. “Se comparan con otras personas, no se dan cuenta que lo que se publica en redes no suele ser toda la realidad: publicamos todo lo bien que nos va, pero no publicamos un día malo, una discusión con tu pareja, una bronca que te han echado tus padres o lo mal que te sientes ese día porque no te sientes a gusto con tu cuerpo”, enumera. También pueden darse “conductas de acoso, gente peligrosa, que alguien tenga acceso al contenido que compartes, a tu privacidad…, además de los problemas que pueden surgir también en el desarrollo cognitivo”.
“Con la prohibición podemos generar, incluso, más interés hacia ellas”
Camino Rodríguez
“Uno de los mayores impactos que tienen las redes es la cantidad de tiempo no dedicado a actividades que les conecten realmente a algo, que les lleve tiempo aprender, del que obtengan el refuerzo a largo plazo tras haberle supuesto esfuerzo. La diferencia entre actividades hedonistas (alto placer al comienzo a costa de poco o ningún esfuerzo) contra las actividades auto-realizantes (esfuerzo al comienzo para lograr placer a medio-largo plazo) se ve muy claramente aquí, en la priorización del entretenimiento al verdadero disfrute”, expone Pardo. “El hecho de utilizar las redes para desconectar de su día a día, de sus obligaciones, acaba generando que no se usen, por omisión, cantidades de horas que podrían dedicarse a otras que fomentasen aprendizajes y conocimientos más útiles y placenteros para ellos”. Además, “la inmediatez de la ultraestimulación acaba por primar la distracción sobre la conexión con aquello que realmente les nutre. Y eso puede llevar a que, si las experiencias de impacto positivo que podrían tener en su día a día son eliminadas, y solo acaban quedando momentos de obligaciones y distracciones, su estado de ánimo y el sentido de cada día se pueda ver resentido”.
Ansiedad, sintomatología depresiva, problemas de autoestima y de imagen corporal, bajo rendimiento escolar o conductas adictivas son los argumentos de la demanda interpuesta por los 40 estados de EE. UU. que se basa, precisamente, en las consideraciones de Jean Twenge, profesora de psicología de la Universidad Estatal de San Diego (California), que indica que los adolescentes pasan “mucho más tiempo en las redes sociales que interactuando cara a cara entre ellos o durmiendo”. “Hay una frase que utilizo mucho, que es la de que estamos más conectados que nunca y, a la vez, más desconectados que nunca”, dice Camino Rodríguez. “Yo he tenido pacientes adolescentes muy tímidos, que tienen ese miedo al rechazo, a que se rían de ellos, pero que después te dicen que tienen amigos online. No se exponen, y es algo que puede estar bien, pero que, al mismo tiempo, te puede aislar más”, advierte.
“A las redes sociales se les ha llegado a llamar la cocaína conductual”
Vanesa Hernández
“Es paradójico, porque es cierto que, al interactuar sólo a través de redes sociales se reduce el contacto con iguales en persona, pero, al mismo tiempo, si no participan en las redes sociales son aislados del grupo, en una franja de edad donde la pertenencia al grupo tiene mucho peso”, apunta Hernández: “Muchos padres se quejan de que pasan horas encerrados en su habitación con el móvil usando redes sociales. Las consecuencias que se derivan de esto son problemas de convivencia familiar, pérdida de habilidades sociales y fracaso escolar”.
“El efecto aislante de las redes, que por otro lado parte de fenómenos sociales y no solo de ellas, ha sido estudiado por Susan Pinker en El efecto aldea”, subraya Martín Pardo. “En ese libro hace un análisis de cómo el contacto cara a cara y las relaciones profundas que se basan en el tiempo compartido de manera no virtual aumentan la calidad de vida, la duración de ésta y el bienestar general. La tecnología moderna ha crecido mucho, pero los seres humanos evolucionamos de manera más lenta, en procesos psicobiológicos que necesitan de periodos mucho más amplios. De algún modo, tenemos tecnologías que nos desbordan y, en cierto sentido, merman nuestra naturaleza elemental: la social, del contacto, de aprendizajes para la vida que solo se pueden experimentar delante de otro ser humano”.
“Es verdad que muchos jóvenes pasan más tiempo en línea que interactuando cara a cara con sus familiares y amigos o durmiendo. En mi opinión, esta tendencia es preocupante, ya que el tiempo dedicado a ellas reemplaza las interacciones sociales en persona, incrementando así la sensación de aislamiento”, subraya Sara Galán. “Aunque los adolescentes valoran las conexiones en línea, la falta de contacto directo termina por afectar negativamente su desarrollo social y emocional”. Además, añade que “el exceso de interacción en línea también lleva a una forma de comunicación menos auténtica y más centrada en la imagen, lo que podría dificultar el desarrollo de habilidades sociales sólidas”, además de que “la adicción a las redes sociales puede interferir con el sueño y el bienestar general de los adolescentes”.
“El término adicción alrededor del uso de las redes o las tecnologías siempre genera polémica, pero sí estamos de acuerdo en general en que existe un sobreabuso en muchos casos. Y sí, tecnologías altamente especializadas en atrapar tu atención a base de generar bombas dopaminérgicas en cerebros que todavía no han madurado lo suficiente para tener capacidad de autocontrol y prudencia (y que evitan incluso el desarrollo de esos hitos madurativos), parece una combinación que inevitablemente lleva a que su uso sea problemático. Por ello, el papel del control familiar es tan importante”, sostiene Pardo.
“Dejar que niños y adolescentes abusen de su teléfono es negligente”
Martín Pardo
Y aquí es donde entra el debate de si sería contraproducente o no la prohibición de su uso hasta, por lo menos, los 16 años. “La tentación de prohibir es hasta lógica, visto lo visto, pero también se está hablando más que nunca del impacto negativo que pueden tener, así que es probable que todo este conocimiento pueda canalizarse en mejores costumbres hacia ellas. Dejar que los niños y adolescentes abusen de su teléfono, viendo de manera compulsiva vídeos sin estar entendiendo la mitad de lo que están viendo, capturados atencionalmente por el algoritmo, es negligente. Igual que procuramos cuidar su alimentación, descanso e higiene, se les debe cuidar del impacto que la tecnología tiene para su desarrollo madurativo o para su salud mental”, dice Martín Pardo, que apuesta por la idoneidad de “llegar a consensos para que, sabiendo que van a estar presentes y que tienen aspectos positivos con usos relativos, sus consecuencias no sean tan perjudiciales”.
“No se trata tanto de prohibir, sino de crear unas condiciones que favorezcan un uso adecuado del teléfono móvil. No es lo mismo que un menor de 12 años disponga de uno para llamar a sus padres cuando se va a un campamento, por ejemplo, que el mismo menor tenga acceso al dispositivo y a redes sociales sin límite de tiempo. El punto clave es educar en un uso apropiado del móvil y de las redes sociales y, para los que ya muestran un uso inadecuado o adictivo, la terapia psicológica puede ser de ayuda”, dice Vanesa Hernández. “Tal vez tendríamos que revisarnos primero los adultos y como sociedad en nuestro uso del móvil. El contacto con personas que sirvan de modelo de un uso razonable del móvil y de las redes es un estrategia educativa muy potente”, advierte.
“Hay que educar a padres, maestros y adolescentes en un uso responsable”
Sara Galán
“La prohibición total del uso de dispositivos móviles hasta los 16 años podría ser una medida extrema y difícil de implementar en la sociedad actual, donde la tecnología móvil desempeña un papel notable en la educación y la comunicación. En su lugar, sería más efectivo promover un enfoque equilibrado en el uso de dispositivos electrónicos desde temprana edad. Esto incluiría educar a los padres, maestros y adolescentes sobre el uso responsable de la tecnología, estableciendo límites de tiempo y fomentando el uso de dispositivos de manera consciente”, apunta Sara Galán: “La tecnología es una parte integral de la vida moderna y se pueden aprovechar sus beneficios, como el acceso a información y la conectividad, de manera constructiva. La “reeducación” de los niños en el uso de las pantallas es esencial, y se logra a través de una combinación de educación, supervisión de los padres y modelos de uso saludable”.
“Con la prohibición podemos generar, incluso, el efecto contrario, generas, a veces, más interés”, advierte Camino Rodríguez. “Son niños o adolescentes que han crecido con todo tipo de dispositivos electrónicos y tratar ahora de eliminarlos o de que no estén en contacto con ellos sería aislarlos sin ningún sentido. Yo creo que, más que prohibir, hay que prevenir”, afirma, convencida de que “se educa mucho más desde la prevención, desde el diálogo, no desde el miedo o desde la prohibición”.
“Aunque es importante abordar el tiempo excesivo frente a las pantallas, al mismo tiempo es fundamental enseñar habilidades digitales y promover un equilibrio entre la vida en línea y la vida real”, concluye Sara Galán.
El “scroll infinito”, en el punto de mira
La Comisión de Mercado Interior y Protección del Consumidor del Parlamento Europeo ha puesto su mirada sobre el scroll infinito y el pasado 25 de octubre daba luz verde a un proyecto para investigar “la naturaleza adictiva de determinados servicios digitales”. Su intención es la de examinar y prohibir, en su caso, técnicas nocivas y desleales que no están reguladas en el ámbito comunitario.
En el texto aprobado los parlamentarios indican que el scroll infinito “juega con los deseos y las vulnerabilidades de las personas y las empuja a dedicar más tiempo a estas plataformas”. Una situación que puede ser incluso más grave en el caso de los usuarios más jóvenes. El proyecto contó con el voto a favor de 38 eurodiputados miembros de la comisión, mientras que se registró una sola abstención.
“No hay autodisciplina que pueda superar el diseño adictivo al que todos estamos sujetos hoy. El uso problemático de los teléfonos inteligentes afecta a la capacidad de atención y al desarrollo del cerebro desde una edad temprana”, advierte a eurodiputada neerlandesa Kim Van Sparrentak, ponente del proyecto. “Si no intervenimos ahora, esto tendrá un enorme impacto en las generaciones venideras”.
El debate sobre los riesgos del scroll infinito no es reciente. Ya en en 2018, el ingeniero Aza Raskin, creador de la funcionalidad, comparó sus efectos adictivos con los de la droga. “Es como si cogiesen cocaína conductual y la rociasen en tu interfaz, eso es lo que hace que vuelvas una y otra y otra vez”, dijo en una entrevista con la BBC: “Detrás de cada pantalla que muestra tu móvil hay literalmente mil ingenieros que han trabajado en esa herramienta para hacerla más y más adictiva”.